Notas en homenaje al padre Guillermo Furlong S. J. (hijo de irlandeses), en el cincuentenario de su fallecimiento, por Roberto L. Elissalde*. 18.05.2024.

POR ROBERTO L. ELISSALDE en lanacion.com.ar 18.05.2024
El padre Guillermo Furlong rescató las observaciones de Charles Darwin sobre los gauchos argentinos
Se cumple el 50° aniversario del fallecimiento del sacerdote jesuita e historiador, que también fue un profundo conocedor del Martín Fierro
El R.P. Guillermo Furlong S.J., concurrió a la sesión privada de la Academia Nacional de la Historia en su nueva sede del Antiguo Congreso de la Nación. Llevaba más de tres décadas y media ocupando ese sitial, y era el cuarto académico en orden de precedencia; disciplinado y laborioso, había pedido el uso la palabra para leer una comunicación titulada: “Cómo juzgó Darwin a nuestros gauchos”.
El padre Furlong había nacido en Villa Constitución en 1889, en el medio rural. Hijo de irlandeses, estuvo ligado en esos años juveniles al campo; estudió al gaucho a través de las notas de algunos de los padres de la Compañía de Jesús, cuyo hábito hizo suyo. Era un profundo conocedor del Martín Fierro.
En esa sesión de la Academia, recordó que en 1914 en una tertulia en la casa de don Enrique Peña, con Samuel Lafone y Quevedo, estuvieron conversando sobre los indios y qué es civilización y qué cultura, y afirmó en forma tajante: “Es indiscutible que esa prosapia de hombres, llamados gauchos, a lo menos de la provincia de Buenos Aires, al sur del río Salado, no eran unos bárbaros, unos idiotas, unos tarados; no eran un insulto a la cultura y a la civilización. En la época hispana, si no eran apreciados ni tenidos en consideración tampoco fueron perseguidos, ni se trató jamás de eliminarlos por la fuerza de las armas, como tampoco se pensó jamás en acabar cruelmente con los indígenas”.
Recordó que después de 1810 se vio en el gaucho “la materia prima, ideal y abundante, para integrar los ejércitos y remitirlos a los fortines, donde, lejos de sus hogares, perecieron de miseria y melancolía”. Afirmó que después de Caseros fueron perseguidos como en la antigua Grecia se hizo con los ilotas, y rescató la voz de Nicasio Oroño en el parlamento denunciando procedimientos “bárbaramente antihumanos”. Rescató los escritos de Sarmiento, alguna vez simpáticos para con el gaucho, pero no omitió aquella carta a Mitre del 24 de setiembre de 1861: “Tengo odio a la barbarie popular… Mientras haya chiripá, no habrá ciudadanos…. ¿Son acaso las masas la única fuente de poder y de legitimidad? El poncho, el chiripá y el rancho son de origen salvaje”.
Exageración
En todas esas manifestaciones contra el gaucho, Furlong sentía que “debía haber exageración, ya que no era concebible que José Hernández, que durante tantos años vivió como gaucho entre los gauchos, hubiese idealizado en forma tan extraordinaria al gaucho, que llegara a ser el reverso de la medalla sarmientina”. En esas disgregaciones estaba nuestro buen cura cuando confesó que hacía pocos meses había leído el libro escrito por Charles Darwin durante su estadía entre nosotros entre fines de 1832 y comienzo del año siguiente en el que describe a nuestros gauchos con aquella frase: “los gauchos o gentes del campo son muy superiores a las gentes que residen en las ciudades, es siempre más agradable y más simpático, es más atento o educado, y es más hospitalario”.
Lo impresionó a Furlong esa frase “muy superior” y le vino a la mente el elogio del padre Castañeda, cuya biografía estaba escribiendo, y que había sido “rescatado del basurero por Saldías y por Capdevila”, en sus conceptos sobre el gaucho.

Furlong finalizó recordando que el crítico francés Nicolás Boileay “agudamente dijo que los hombres más sabios han sido aquellos que ignoraban que eran sabios, y tal fue el caso de nuestros gauchos, cuya modestia no estaba reñida con aquel vigor con que doblegaban las fuerzas de la naturaleza, cuyo bajo sentir de sí mismos no les amilanaba para las empresas más arriesgadas y bravías”.
Junto a los aplausos de rigor, no habrán faltado los comentarios de los colegas. Presuroso, el padre Furlong cruzó la Plaza de Mayo rumbo al subte, que lo iba a dejar a un par de cuadras del Colegio del Salvador. Lejos estaba de pensar que esa era la última vez que iba a estar en la Academia. El lunes 20 de mayo de 1974, poco después del mediodía, cuando volvía de dar una clase en el Seminario Metropolitano de Villa Devoto y marchaba al Archivo General de la Nación, la muerte lo sorprendió en el subterráneo en la proximidad a la estación Plaza de Mayo, curiosamente donde había instalado su primer templo en Buenos Aires, la Compañía de Jesús a la que consagró su existencia.
Hombre pródigo de su tiempo y de su saber, su generosidad intelectual fue uno de sus rasgos sobresalientes, no dudaba en orientar a veteranos historiadores y a dedicarle tiempo a noveles aspirantes, que a él se acercaban con inquietudes juveniles, entre los que me encuentro y evoco con gratitud y emoción.

POR ROBERTO L. ELISSALDE en ellitoral.com 18.05.2024
Guillermo Furlong: sacerdote e historiador
En el 50º aniversario de su fallecimiento.
El 20 de mayo se cumplirán cincuenta años del fallecimiento del R.P. Guillermo Furlong S.J. (**). La muerte lo alcanzó en el subterráneo cuando volvía de dar una clase en el Seminario Metropolitano y se dirigía al Archivo General de la Nación. El sacerdote y el historiador, dos nobles actividades que desarrolló a lo largo de su fecunda existencia, estaban en su última actividad terrenal. Natural de Villa Constitución, en la provincia de Santa Fe, vio la luz el 21 de junio de 1889 en el seno de un matrimonio irlandés.
Después de sus primeros estudios en el Colegio Británico de Rosario, en marzo de 1902, Furlong pasó a Santa Fe, donde estudió en el Colegio de la Inmaculada. Como lo recordó al recibir en la Academia Nacional de la Historia a quien fuera compañero, el cardenal Antonio Caggiano, “se solazaron en los mismos patios, frecuentaron las mismas aulas y se postraron en los mismos altares; en uno de los cuáles se venera desde 1634 el lienzo de Nuestra Señora de los Milagros debido al pincel del artista francés Luis Berger”.
Si bien sus estudios continuaron en Córdoba, después en España y finalmente en Estados Unidos, y no fue destinado al antes citado colegio santafesino, esta casa dejó en él su impronta y le dedicó no pocos trabajos a esta provincia. Abel Geoghegan hizo la bibliografía del padre Furlong (, quien sumó 1.974 libros, folletos y artículos, sin contar los cientos de trabajos inéditos que dejó. El primero de ellos, dedicado a un tema sobre la provincia, lo dio a conocer en 1919 en la revista Estudios, que editaba el Colegio de El Salvador, titulado “El primer astrónomo argentino: Buenaventura Suárez S.J. (1678-1750)”.
Vuelve al año siguiente, en la misma publicación, con otro tema, “El primer historiador santafesino: Francisco Javier Iturri S.J. (1738-1822), mientras que en 1925 escribe “Una gloria santafesina: Cristóbal Altamirano (1601-1698)”. Siempre lo hace en Estudios, pero en el último caso firma como Santiago Stella, uno de sus múltiples seudónimos.
La presencia de Santa Fe en su obra
Los que tuvimos el privilegio de tratarlo al padre Furlong, recordamos las fichas con su letra menuda que guardaba sobre todos los temas en los que trabajaba; a veces de un artículo o un folleto, salía un libro. Y es lo que sucedió con los tres artículos mencionados, ya que en 1929 aparece “Glorias santafesinas: Buenaventura Suárez, Francisco Javier Iturri y Cristóbal Altamirano; estudios bibliográficos precedidos de una introducción”, una obra plasmada en 302 páginas con ilustraciones, que Editorial Surgo dio a conocer. Fue su primer trabajo de carácter histórico, publicado en forma de libro.
Le seguirá, en 1936, “Nuestra Señora de los Milagros, historia de su célebre imagen y de su Congregación Mariana”, trabajo extenso que prologó el arzobispo local monseñor Nicolás Fasolino. En julio de 1953, en El Litoral se publicó la respuesta a los comentarios del ingeniero Nicanor Alurralde, a raíz del dictamen sobre las ruinas de Cayastá que le fuera requerido por la corporación al padre Furlong y al Dr. Raúl Alejandro Molina, quienes las habían visitado en abril del año anterior. A pesar de la calidad de los informantes y de haber sido aprobado por el plenario, continuaron los intentos de invalidar el dictamen, a tal extremo que el 26 de noviembre de 1953 el padre Furlong publicó en este diario otro artículo cuyo título (tan propio de él) lo dice todo: “Claman las piedras”.
En 1960, al poco tiempo de la fundación de la Universidad Católica de Santa Fe (1957) y en ocasión de inaugurase en dicha casa de estudios la Cátedra Manuel M. Cervera, será el padre Furlong quien daría una clase magistral, la que generó el siguiente elogio de un calificado testigo: “Parecía imposible que se pudiera enseñar tanto en tan poco tiempo”.
Tuvo Furlong una especial preferencia por el estudio de la cultura en nuestro país y así el 7 de julio de 1966 publicó en El Litoral un artículo sobre el tema y el Congreso de Tucumán. Eran las vísperas del sesquicentenario de la Independencia y reafirmaba sobre aquellos hombres, la virtud de acometer las grandes empresas, usando los términos de Vicente Fidel López: “Tomar el toro por las astas y encarar de frente los grandes problemas de aquel momento”.
Sus visitas a Santa Fe
El padre Furlong visitó Santa Fe en octubre de 1969, invitado por el Centro Español. Allí, el día 30 disertó sobre “Las reducciones guaraníes”, con una concurrencia que colmaba el salón, según la foto que acompaña la crónica de este diario. Y en ella nos llama la atención el espíritu innovador del disertante ya que al final de su charla mostró dispositivas en blanco y negro y en color, sobre las reconstrucciones que se venían realizando en muchas reducciones, las que explicó brevemente.
Pocos días después, el 4 de noviembre, El Litoral publicó un reportaje que se le hizo, como no podía ser de otro modo, en el Archivo Histórico Provincial. Según apuntó el periodista, Furlong estaba “lúcido y vivaz, entusiasmado como en sus años jóvenes, por aportar nuevas luces a la causa de la historia”. Estaba buscando unos datos sobre Manuel de Andrade o Andrade, quien en 1844 había pronunciado un magnífico discurso sobre Manuel Dorrego, el que había sido editado por la imprenta del estado. Del mismo había un solo ejemplar, que Furlong había encontrado; su deseo era publicarlo con un estudio preliminar. “Un apasionado de la investigación del hecho pretérito de la historia”, una vez más dejaba su enseñanza.
El cuarto centenario de la fundación de Santa Fe, fue el motivo para que la Comisión Comunitaria con la Asociación de Mujeres de la Acción Católica organizaran en setiembre de 1973 una conferencia sobre el tema del Padre Furlong, que tuvo lugar en el salón del Colegio de la Inmaculada. Según la crónica de la época, concurrieron el obispo auxiliar, monseñor Enrique Príncipe, historiadores locales y numeroso público. La señora Clía Imbert de Olazábal presentó al orador, “quien a pesar de sus 85 años accedió a satisfacer el llamado para realzar estas celebraciones”. En ese año la revista del arzobispado local publicó una conferencia.
Fue sin duda la última visita a su provincia natal y al Colegio de la Inmaculada, del cual había escrito su historia desde 1610 a 1962 en seis volúmenes, mandado editar por la Sociedad de Ex Alumnos, donde además estudió las “irradiaciones culturales, espirituales y sociales” del establecimiento educativo.
Entre sus escritos inéditos quedan sin completar algunos capítulos de una Historia Argentina (1536-1810), que iba a dirigir el profesor Leoncio Gianello, allá por 1964. Entre estas 519 hojas se encuentra el borrador de una carta, del 18 de diciembre de ese año, en la cual el Furlong le solicitaba aclaraciones sobre la extensión de la obra.
A cincuenta años de su muerte, los que tuvimos la suerte de conocerlo y frecuentarlo con asiduidad, bien podemos reafirmar aquellas palabras de Guillermo Gallardo que sintetizarán siempre su vida: “En plena actividad docente y evangélica, sin la menor pausa en su labor, sin una queja, y con la mirada del alma puesta en la eternidad”.
(*) Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de Estudios Históricos. El autor es miembro correspondiente de dicha institución en la ciudad de Buenos Aires.
(**) Perteneciente a la Compañía de Jesús.

*Roberto L. Elissalde es historiador; Académico de número y vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación, docente invitado de la Cátedra de Estudios Irlandeses de la USAL y miembro del Consejo de la Asociación Argentina de Estudios Irlandeses del Sur.
